El otro teatro musical: Conmigo o con nadie

De todas las formas que puede tomar el teatro musical, creo que las más conocidas son, por un lado, el teatro de las grandes producciones (el de Broadway o la calle Corrientes), es decir, el que habitualmente asociamos al término “teatro musical” y, por otro lado, la ópera. Pero muchas personas que aman el teatro sienten que esos géneros no son para ellos. Vamos a imaginar cuáles son las posibles razones para que eso pase, pero si a vos te gusta cualquiera de los dos, podés saltearte los próximos dos párrafos y llegar al tercero, donde está lo que realmente te quiero contar.

1. El teatro musical es demasiado comercial

El teatro musical de la calle Corrientes se presenta en grandes salas. Eso significa que quieren llenar grandes salas. Eso significa que su objetivo principal es hacer dinero. Esto no tiene nada de malo; Picasso era un rockstar y pagaba sus cenas en restaurantes haciendo un dibujo en la servilleta, y nadie se atrevería a decir que lo que hacía no era bueno. Es decir, que algo produzca dinero no significa que no sea arte. Pero cuando el objetivo principal es hacer dinero, en lo primero que se piensa es en crear un buen producto, algo que coincida casi exactamente con lo que el espectador quiere encontrar. A mí este tipo de teatro me encanta, justamente porque hay mucha gente muy comprometida con que ese teatro me encante. Pero si vamos al teatro buscando experimentación, nuevas ideas y riesgo, es difícil que lo encontremos aquí. Por eso muchas personas sostienen que no les gusta el teatro musical: no consideran que sea una experiencia estética, sino un mero entretenimiento.

2. La ópera es demasiado aristocrática

La ópera también llena grandísimos teatros, pero no necesita repetir un producto para garantizar la audiencia: hay muchísima gente que va a la ópera por simple obligación social (la cantidad de celulares encendidos durante la función es una evidencia). Además, nuestro Teatro Colón, por ejemplo, cuenta con financiación pública y privada. El hecho de saber que la sala va a estar llena y que los artistas van a cobrar su sueldo, diga lo que diga tanto la crítica como el espectador no especializado, ofrece la posibilidad de experimentar. A la ópera, entonces, se puede ir en busca de una creación única, no sólo porque ver ópera en un teatro ofrece una experiencia abismalmente distinta a la de ver y escuchar una grabación, sino porque en la ejecución misma también está la creación. Por su parte, la puesta en escena de la ópera tiene la mayor libertad que yo haya visto, justamente porque se puede hacer cualquier cosa, y con una cantidad de dinero impensable para otros sectores del teatro, que quizás son igual de libres en sus ideas, pero no pueden serlo en su ejecución. Pero la ópera es un ámbito que fue creado para excluir, justamente porque fue pensado para un sector privilegiado de la sociedad, y el privilegio solo tiene sentido si otros quedan afuera. Aunque hay entradas en un teatro como el Colón mucho más baratas que una entrada de cine, tenemos la absurda idea de que la ópera es para otros, de que no podemos, por ejemplo, ir en jogging y zapatillas a un teatro de ópera (aunque es algo que sí puede hacerse, sin ningún problema). Pero también parece un mundo ajeno porque (con pocas excepciones) las obras fueron compuestas en tiempos muy anteriores y, aunque hablen de temas universales como el amor, la esperanza o la justicia, parecen hablar de cosas lejanas. A mí este teatro me encanta, pero entiendo que es necesario romper muchas barreras propias y ajenas para sentir que es nuestro y habla de nuestras cosas.

3. La ópera en zapatillas

Conmigo o con nadie es una ópera que se funda sobre la experimentación: combina, entre otras cosas, el canto lírico con ritmos folklóricos y algunos instrumentos populares; las grabaciones de fuentes audiovisuales y, por supuesto, la música en vivo; el escenario minimalista y un vestuario y maquillaje recargados; una historia clásica y famosa, con otra que podría ser anónima; la distancia que trae la ficción, la historia y la ópera, con la apelación directa al público. Aunque todo esto puede parecer caótico, en realidad confluye para transmitir con claridad dos historias diferentes pero paralelas: el conocido asesinato de Felicitas Guerrero, mujer única en la Argentina del siglo XIX, y el de María, que podría ser el de cualquiera de nosotras.

Llegamos hasta aquí recorriendo algunos de los escollos que podemos encontrar en el camino hacia el teatro musical, que son justamente los que supera Conmigo o con nadie. Al contar historias cercanas y conocidas (incluso si una de ellas tiene más de cien años de antigüedad) ofrece un ámbito familiar al espectador que quizás no sea habitué del teatro musical. Así, al jugar con los límites de los géneros y unir formas en apariencia distantes, ofrece un desafío a la experiencia estética, sin que sea necesario vestirnos de gala ni entender alemán para acceder a un espectáculo que toma riesgos sin tomar distancia.

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