Cuando terminó “Los asesinos de la luna” lo que más me sorprendió fue que habían pasado más de tres horas sin que yo me diera cuenta. Seguramente la fotografía y la música tuvieron mucho que ver en mantenerme interesada y atenta, pero su impacto fue inconsciente: en ningún momento pensé “uy, qué imagen” ni “uy, qué sonido” sino que todo el tiempo estaba queriendo zamarrear a los personajes. Por eso, aunque quizás en el futuro podré hablar con más detenimiento de otros aspectos de la película, hoy voy a hablarles de esos personajes que se caracterizan por unas contradicciones que no sé si llego a entender del todo.
Un breve resumen: los osage son un pueblo nativo que se hace millonario por haber encontrado en sus tierras petróleo. William Hale es un hombre blanco que se encarga de organizar decenas de asesinatos para que la propiedad de ese petróleo pase a manos de blancos. Su sobrino Ernest se casa con Mollie, una de las propietarias. Estos son hechos históricos ocurridos a principios del siglo pasado.
William Hale – Robert De Niro

Esta puede ser la típica contradicción del psicópata: un tipo muy bien adaptado a su entorno, que parece muy amable, que es muy querido y respetado, pero todo lo que hace es para manipular a la gente y lograr sus propios objetivos egoístas. Es probable que yo no entienda del todo a los psicópatas, porque no puedo creer que alguien construya vínculos durante décadas y sólo sienta desprecio por las personas que forman parte de su vida, no puedo creer que no tenga sentimientos encontrados con lo que hace. Quizás es eso que no puedo entender lo que me provocó estos sentimientos tan violentos hacia Hale, su hipocresía al presentarse como amigo, aprender el idioma nativo, mostrarse comprensivo y amoroso con las personas que estaba lastimando de todas las formas posibles. Por supuesto que cualquiera puede ser falso durante un mes, o ser amable con el jefe al que odia de lunes a viernes, pero construir una vida y convertirse en el referente de las personas a quienes se quiere destruir es algo completamente distinto. Y es algo que se parece mucho a la violencia doméstica.
Mollie Kyle – Lily Gladstone

Es una mujer independiente económicamente, inteligente, que ha visto morir a todas las mujeres de su familia, ¿cómo puede seguir confiando en su marido, que le inyecta una “medicina” que claramente la está matando? La película no ofrece una explicación (sospecho que Scorsese entiende a sus personajes femeninos incluso menos que yo) pero podemos ensayar la hipótesis de que se combinan al menos dos factores: por un lado, en esa sociedad existe el discurso de que los indígenas son “enfermizos” y Mollie además es diabética; por otro lado, su marido se muestra amoroso y parece realmente quererla. A fin de cuentas, ella construyó una vida con él, algo que requiere confianza y quizás Mollie cayó en esa doble trampa: creer lo que se dice de ella y confiar en un enemigo. Lo que nos lleva al más complejo de los personajes.
Ernest Burkhart – Leonardo DiCaprio

Al margen de lo que haya ocurrido con las personas reales en las que se basa esta película, en este mundo ficticio todo apunta a que Ernest realmente ama a Mollie, si entendemos el amor en un sentido tan amplio que incluye el asesinato. Ernest sigue a rajatabla todas las indicaciones de su tío (William Hale) siendo cómplice o incluso autor de varios asesinatos. Sin embargo, la película se encarga de mostrar la cara de sorpresa de Ernest cuando golpea en la cabeza a un investigador privado quien, muerto, cae al suelo. Tiene la misma reacción cuando estalla la casa que él ordenó que estallara. Además, él insiste en repetir que el veneno que agrega a la medicación que debe tomar Mollie es “para tranquilizarla”, como si no estuviera clarísimo que la está matando. La película incluso muestra a Ernest poniendo el mismo veneno en su propia bebida, como la manifestación de algún sentimiento de culpa, o quizás el deseo de que ya todo termine.
La contradicción en Ernest está entre su amor a Mollie y el influjo del tío William, del que parece no poder escapar. Más que un mentiroso, Ernest parece una persona escindida, que vive dos verdades simultáneas y contradictorias. Y esto también se parece mucho a la violencia doméstica: el cónyuge o progenitor que daña y se arrepiente con la misma convicción, que no tiene un tío William pero sí “un mal genio”, o un “ponerse loco” o cualquier otra cosa que le permita no hacerse responsable de sus actos.
Por eso, es central que este personaje esté interpretado por Leonardo DiCaprio: aunque lo hayamos visto como un racista imperdonable en una película de Tarantino, no podemos evitar reconocer en sus miradas confusas al niño que vimos crecer en la pantalla, a Romeo desesperado, al pobre Jack congelándose en el mar, a Gatsby enamorado sin cura ni respuesta. Leo siempre es Leo, siempre lo perdonamos, igual que Mollie y tantas mujeres perdonan a los hombres que van a destruirlas.
Scorsese quizás no lo sepa, pero esta es una película sobre la violencia de género, porque la trama principal es la forma en que un tipo manipulado por un psicópata envenena a su mujer. El hecho de que muera mucha más gente no es contradictorio, porque la violencia de género es posible en un contexto histórico y social específico, aunque a esta altura sea algo que damos por sentado: así como los nativos americanos eran “enfermizos” se ve que nosotras somos “asesinables”, “violables” y “golpeables”.
Aunque este sea el primer aspecto de la película que llamó mi atención, por supuesto que también trata sobre la violencia racista, la historia de los Estados Unidos e incluso la historia del FBI. Quizás de todo eso podamos hablar más adelante, si el tío William lo permite.

Los asesinos de la luna (2023)
- Dirección: Martin Scorsese
- Guión: Eric Roth, Martin Scorsese, David Grann
- Con: Leonardo DiCaprio, Robert De Niro, Lily Gladstone, entre otros.
- Música: Robbie Robertson
- Fotografía: Rodrigo Prieto
- Disponible en cines.


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