Antes del estreno en cine Pobres criaturas me pareció una buena idea contarles por qué disfruto del cine de Yorgos Lanthimos, el director griego que hoy tiene a Hollywood a sus pies.
Como muchos, lo conocí a través de sus primeras películas, las filmadas en Grecia, particularmente Canino (2009) y Alpes (2011). Claramente conozco muy poco el cine griego (y las personas griegas) porque lo que pensé al ver estas películas fue «qué rara es la gente en Grecia». Pero no, no es la gente, es la dirección de actores de Lanthimos.
Esto se hace evidente cuando dirige a actores que ya conocemos como Collin Farrell y Nicole Kidman: actúan raro. Y es importante que en este caso se trata de los dos son los reyes de la actuación mimética, esa que nos creemos como real: si cualquiera de los dos se les aparece en la puerta de su casa y les dice que es su hija perdida que tuvieron en una isla del Pacífico, ustedes les van a creer, aunque nunca hayan estado en el Pacífico y la edad de ellos sea mayor que la de ustedes. Así de mucho les creemos a estos dos.
Pero cuando están dirigidos por Lanthimos, no. Parece que están leyendo el guion. Y, gracias a esto, la película que protagonizan es tolerable para el espectador, porque no nos creemos del todo la situación absolutamente insoportable que muestra la ficción: que tienen que matar a un integrante de la familia y tienen que elegir a cuál. Si todavía no vieron El sacrificio del ciervo sagrado (2017) corran a verla, les aseguro que no les arruiné el final.
Brecht descubrió el siglo pasado que si el espectador toma distancia con la ficción que ve, puede reflexionar sobre ella. No sé si Lanthimos quiere que reflexionemos sobre la muerte, sobre la coacción, sobre el duelo, sobre la venganza o sobre algún otro de los múltiples temas que tratan sus películas. Pero sí sé que logra hacer tolerables situaciones absolutamente terroríficas.
La prueba de eso la tenemos con Canino (puede ser que la conozcan como Colmillos o Dogtooth), que es prácticamente una copia de El castillo de la pureza (Arturo Ripstein, 1973), y al mismo tiempo es su opuesto absoluto. El argumento es el mismo: a través de mentiras, un padre mantiene a su familia aislada del mundo. Pero todo lo que es oscuro en Ripstein (los encuadres, las motivaciones, las palabras, los escenarios) es luminoso en Lanthimos, salvo por el pequeño detalle de que, recordemos, hay un padre que mantiene a su familia aislada. La película de Ripstein es insoportable, es cruel y las actuaciones son completamente creíbles. Dan ganas de ir a darle un golpe en la cabeza al padre. Por su parte, la película de Lanthimos es rarísima, toda la gente es ligeramente anormal, entendemos lo que está pasando pero parece una película protagonizada por extraterrestres. Y cuando terminamos, no necesitamos dos sesiones de terapia seguidas como cuando vemos a Ripstein, pero tampoco es algo edulcorado, sino que es algo que nos descoloca. Ripstein es desolador, Lanthimos es inquietante. Al menos en mi opinión, ninguno es mejor que el otro, sino que tienen estrategias distintas para tratar prácticamente los mismos temas.
Así que no sé con qué se van a encontrar cuando vean Pobres criaturas, pero puede servirles, para disfrutar del juego que propone este artista, saber que quizás las actuaciones parezcan un poco forzadas, que quizás la temática sea más oscura de lo que esperaban para una película con Emma Stone y que quizás salgan del cine pensando «¿qué acabo de ver?» Con esa base, es muy probable que encuentren muchas otras razones propias para disfrutar de este tipo de cine. Y si no pasa nada de eso, si lo que descubren es otra estúpida película de Hollywood, yo voy a estar llorando en un rincón.
Si quieren conocer más a Yorgos Lanthimos, en Mubi pueden ver Canino, La vida según Attenberg, Alpes, Kinetta y el corto Nimic. Si quieren conocer más a Arturo Ripstein, van a tener que estar atentos a la programación de sus cineclubes amigos o a métodos menos kosher de conseguir películas.


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