Kazuo Ishiguro: «todos vamos a morir» y otras historias alegres

Conocí a Kazuo Ishiguro por casualidad: encontré un libro en un hotel durante unas vacaciones a las que no había llevado libros. Estaba en un lugar que el mundo llama «el paraíso» y sin embargo me parecía más interesante mantenerme en las páginas de Cuando fuimos huérfanos (2000). Lo extraño es que no toleraba al narrador de esa novela, un detective que se cree una estrella y es francamente insoportable. Todo el tiempo pensaba «esta novela es una estupidez, porque este detective es un estúpido.» Se trata de un hombre que es testigo de grandes eventos históricos y sociales (la historia ocurre a principios del siglo XX) pero que se preocupa por intrascendencias. ¿Se acuerdan del principio de El imperio del sol, cuando un nene hace unas señales con una linterna y de golpe empieza la guerra, y da la sensación de que el nene empezó la guerra pero todos sabemos que eso no es cierto? Bueno, imagínense una novela contada por alguien que cree que la guerra es culpa del nene y sólo el nene puede ponerle fin. Así de estúpida parece Cuando fuimos huérfanos. Y sin embargo, yo no podía dejar de leerla. Una de las causas de esta adicción es que la prosa de Ishiguro es hipnótica, cada palabra cae donde tiene que caer. Si tienen la posibilidad leerlo en inglés (Ishiguro nació en Japón, pero es británico) se los recomiendo. Así que la novela atrapa por su lenguaje, por sus oraciones que se encadenan unas con otras, pero también por algo que no termina de cerrar en el contenido. Es decir, todo lo que en la forma resulta completo y absoluto, en el contenido genera algo que falta, algo que no puede ser, que nuestra lógica y nuestra intuición rechazan. Y cuando el personaje, a quien estuvimos llamando estúpido durante toda la novela, finalmente dice «ah, soy un estúpido», nos damos cuenta de que nosotros también, de que en realidad no tenemos idea de nada, y que somos tan pueriles como el detective al que estuvimos odiando durante toda la novela. Como los huevos Kinder vienen con sorpresa, esta novela incluye crisis existencial.

En Cuando fuimos huérfanos esta aparente contradicción entre la superficialidad de lo narrado y la gravedad de lo callado está disimulada, porque toda la novela está disfrazada de historia de detectives. Pero en Nunca me abandones (2005) el horror es evidente desde las primeras páginas. Pero aquí también los personajes se preocupan por intrascendencias: que si soy la favorita de la profesora, que si una amiga habló mal de mí, que si sé dibujar o no. Y mientras los personajes se preocupan por estas cosas uno tiene ganas de gritarles «todos se van a morir, ¿por qué no se ocupan de eso?». Lo que no cierra, la naturalidad con que se asume la muerte y la desesperanza, está en primer plano.

Hay dos cosas que me gustan de estos libros, a pesar del suplicio emocional que provoca leerlos. Por un lado, cómo el narrador (en ambos casos el o la protagonista de la historia) nos cuenta algo que le resulta tremendamente importante pero a nosotros no, nosotros queremos que se fije en eso que da por sentado, eso que naturalizó hasta tal punto que apenas lo menciona como algo conflictivo. Esto vuelve a la narración opaca, es decir, somos todo el tiempo conscientes de que la persona que nos está contando esta historia tiene motivaciones muy distintas a las nuestras para contar lo que cuenta. Me encantaría decir que cuando cuestionamos un discurso empezamos a cuestionarlos todos, pero la realidad es que Ishiguro tiene un Nobel mientras que nosotros le seguimos creyendo a los noticieros.

Mucho más impactante es el segundo aspecto que me gusta de estos libros: la crisis existencial que pueden desencadenar si uno se lo permite. Porque cuando uno quiere gritarle a los personajes que son marionetas de un sistema perverso que los usa como ganado y que pronto van a morir, los personajes podrían mirarnos a la cara y decirnos «ustedes también». Ishiguro crea espejos del lector, y cuando ese espejo es una distopía, como en el caso de Nunca me abandones, mirarnos de cerca puede resultar estremecedor.

Al pensar en la muerte, que siempre es inminente, no puedo evitar recordar uno de los momentos célebres de El señor de los anillos, de Tolkien. En esta historia, los protagonistas son seres amables y felices que disfrutan de su día a día hasta que fuerzas mucho más poderosas que ellos los obligan a tomar una posición en un conflicto del que ni siquiera sabían que eran parte. En un momento de dolor, Frodo lamenta su suerte con Gandalf, a lo que el mago responde: «lo único que podemos decidir es qué hacer con el tiempo que nos ha sido dado.» Ante el conflicto, estos seres luchan, desean, son conscientes de lo que está en juego. Todas esas cosas que nos gustaría que hicieran los personajes de Nunca me abandones. Pero no, ellos están preocupados por ver quién saluda a quién. Y lo más terrible es que en general nosotros nos parecemos mucho más a esos personajes que aceptan mansamente su destino, que a hobbits valerosos que desafían, incluso, su propia naturaleza.

Igual que en Nunca me abandones, nosotros sabemos del calentamiento global, de los conflictos internacionales, del trabajo esclavo que sostiene nuestro consumo, de los microplásticos, de los agroquímicos, sabemos todo, pero en lugar de tratar de solucionarlo nos preocupamos por intrascendencias. Porque si hoy contamos un policial, no vamos a decir «el inspector tomó un vaso de agua llena de químicos venenosos que terminarían dándole un cáncer diez años después y le preguntó al acusado dónde había estado la noche anterior.» Porque sería absurdo, todos sabemos que prácticamente todo a nuestro alrededor es venenoso. Entonces lo damos por sentado. Igual que en Nunca me abandones nadie se detiene a cuestionar que somos ganado y que no estamos haciendo nada para evitarlo.

Pero permítanme agregar un tercer aspecto que me gusta particularmente de Nunca me abandones: se puede interpretar absolutamente cualquier cosa. Uno puede terminar de leer la novela, esquivar la crisis existencial y decir «qué bien que escribe este señor y qué suerte que no vivimos en un lugar así». O puede tomarlo como una crítica específica a la sociedad británica. O al colonialismo. O a la explotación del hombre por el hombre. O, como me pasó a mí, ponernos a pensar muy bien qué hacer con el tiempo que nos ha sido dado.

Deja un comentario