Cuando pregunté a mis amigas quién era para ellas Doña Petrona, algunas me dijeron que era una cocinera que preparaba recetas hoy imposibles, aunque no sabían exactamente por qué: por el costo, por la complejidad de la preparación, por misteriosos ingredientes ya inexistentes. Como yo también soy cocinera y el libro de Petrona no es mi Biblia pero sí mi enciclopedia, puedo decirles que sus recetas son perfectamente realizables, aunque quizás los lleve a una muerte prematura (como los cigarrillos o el estrés, cosas por las que antes nadie se preocupaba). En “Juanita habla” aparece desde el pasado la voz de la asistente, también célebre, de esa cocinera: su recuerdo llega a nosotros por el relato de madres y abuelas que se quejaban o se reían de la forma en que Petrona mandoneaba a Juanita. A fin de cuentas, en los programas en que Petrona enseñaba a sus “alumnas o amigas” a cocinar, el nombre de Juanita era el más repetido.
En este espectáculo, Juanita habla por primera vez (se supone que su voz nunca fue registrada) para contarnos su encuentro con Petrona, quien ya se había hecho famosa desde la radio, y su vida juntas a partir de ese momento. Pero Juanita hace más que hablar. En una escenografía que es poco más que una silla y una mesada, la música y la iluminación nos llevan a múltiples mundos posibles donde Petrona puede ser japonesa pero sigue siendo Petrona, con sus indicaciones que parecen órdenes y su amabilidad estudiada, y donde Juanita se pierde, como si ni siquiera estuviera ahí, como si solo pudiera ser espectadora de los sueños que ella misma crea.

El teatro construye sus historias con todos esos elementos: la palabra, la luz, el vestuario, la música… pero ante todo las construye con su audiencia. El espectador de más de treinta años (¿o más de cuarenta?), puede llenar la escena de sus propios recuerdos sobre estos dos personajes, sus propios juicios sobre la contradictoria imagen de la mujer que enseñaba a algunas mujeres a ser buenas y obedientes amas de casa y a otras inspiró para salir a trabajar y ganar su independencia. Pero me pregunto qué le pasa al espectador que nunca oyó hablar de doña Petrona. Imagino para ese desconocido el placer de ver a una única actriz construir dos personajes, o bien el atractivo de visitar un mundo pasado y quizás inventado. Pero hayamos conocido o no a Juanita y Petrona, lo central aquí es el vínculo entre ellas, no tanto de amo y esclavo, sino de ídolo y admirador. Lo absurdo de los sueños que se ponen en escena y lo lejano de sus ámbitos ayuda al espectador a dejar atrás a los referentes reales de esta historia y llenarla con sus propios anhelos y prohibiciones, darle así un sentido personal.
Entre las indicaciones que esta Petrona ficticia le da a Juanita, se destaca la máxima de “mirar y después callar”, algo que, lamentablemente, tampoco se ha vuelto imposible con el paso del tiempo y que también puede llevar a una muerte prematura.

Juanita habla
- Autor: Damián Dreizik
- Dirección: Vanesa Weinberg
- Actuación: Mariela Acosta
- Vestuario y escenografía: Clara Hecker, Gerardo Porión
- Luces: Gustavo Lista
- Dónde: El excéntrico de la 18. Lerma 420 (CABA)
- Cuándo: Domingo 17.30 hs (hasta 26/05/24)


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