Se sabe que los snobs amamos a los griegos, a los renacentistas y hasta a los medievales, pero no toleramos ninguna poética un poco más cercana pero ligeramente anticuada. Mi insulto favorito es «esta obra atrasa cincuenta años», como si eso fuera intrínsecamente malo. Entonces, ¿qué hacía yo, la más snob de las snobs, viendo una obra que tiene un siglo de antigüedad? Buscaba un desafío, una oportunidad de cuestionar o confirmar prejuicios, y también la posibilidad de viajar a las raíces mismas de nuestro teatro nacional. Y pude hacer todas esas cosas al mismo tiempo al ver Los invisibles.

Cuestioné mis prejuicios, porque disfruté una comedia que estaba pensada para otra sociedad, con otros valores, otras expectativas y otra capacidad de atención, que sin embargo sigue haciendo reír. Pero también confirmé mis prejuicios, porque esta no es una obra que atrasa. Si hoy alguien escribiera como Laferrère, supongo que despertaría mis alarmas, pero esta obra no fue escrita hoy, no atrasa porque la puesta no la disfraza de algo que no es. Lo cual confirma mis prejuicios: lo que me molesta de las «obras que atrasan cinquenta años» es que simulan ser una creación cuando en realidad son la repetición de recursos narrativos, escénicos y hasta didácticos (¡me rasgo las vestiduras!) de una tradición que, para mí, está totalmente caduca. En cambio, poner en escena hoy a Laferrère con un espacio escénico como el de hace cien años, un vestuario, una forma de actuación y, lo más importante, un grupo teatral que funciona como los de aquella época, es como ir a cualquier museo de arte: hay obras que son importantes históricamente, y otras que siguen conectándonos desde lo estético.
Los invisibles es una obra que sigue siendo una gran comedia (al menos cuando la hace un grupo de actores que sabe cómo responder a sus exigencias) pero por razones distintas a las que fue en su momento. Ahora no nos reímos de la gente que cree en espíritus, no porque seamos mejores personas que hace un siglo, sino porque no es un fenómeno social. Tengo muchos amigos que tuvieron encuentros con «el más allá» y sin embargo los fines de semana no nos juntamos a llamar al espíritu de Tato. Es decir que ahora nos reímos de unos personajes y situaciones específicas, no de un grupo social. Al mismo tiempo, esta puesta en particular tiene algo muy característico de nuestra época de dobles y triples pantallas: tiene muchos centros de atención al mismo tiempo. Así que hasta podemos hacer el experimento de llevar a un adolescente y ver qué le pasa.
Valga una aclaración: que yo siga contenta con mis prejuicios, no significa que sean buenos. El problema de un prejuicio no es si se confirma o no en la realidad, sino que es, justamente, un prejuicio. Así que si vos sos de los que aman las historias tradicionales con personajes, un lugar y tiempo determinados, la estructura inicio/nudo/desenlace, te propongo que, después de ver Los invisibles, te animes y vayas a ver una obra como El rayo. Pero si sos de los que van al teatro en sótanos, a ver obras donde no sabés si el de la boletería era también un actor, donde hay que ir en zapatillas porque hay que correr, te invito a probar este clásico argentino, que no falla. Como el flan con dulce de leche.

Los invisibles
- Dramaturgia: Gregorio de Laferrère
- Dirección: Eleonora Maristany
- Con: Rubén Ramirez, Laura Dantonio, Laura Wich, Anabella Valencia, Miranda Bruckner, Charlie Lombardi, Mauro Pelle, Miguel Vallcaneras, Juan López, Alejandra López Molina, Lucas Ghiglione y Atilio Farina
- Dónde: Teatro el Popular. Chile 2080. (CABA)
- Cuándo: Sábados 21 hs. Del 9/11/24 al 30/11/24


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