Una película para tu peor enemigo

No te puedo recomendar Cuando acecha la maldad: es una película asquerosa y violenta más allá de cualquier límite de lo tolerable. Y sin embargo, acá estoy hablando de ella, porque tiene algo diferente. Un resumen: en una población rural, un hombre está «embichado», es decir, presenta una enfermedad que lo infla como si se tratara de una infección y que anticipa la llegada del Diablo, o como quieran llamarlo. Para deshacerse de él sin liberar al Diablo sería necesario hacer un ritual, pero por una serie de malas decisiones e intervenciones demoníacas, no se hace el ritual y empiezan a multiplicarse las posesiones en la población. La historia sigue a dos hermanos que intentan huir del pueblo junto a la madre de ambos y al hijo de uno de ellos. Ahora bien, ¿por qué me gustó ver esta película que al mismo tiempo me disgustó tanto?

1. La fuerza visual

No sólo nos enfrentamos a escenas tremendamente asquerosas o de una violencia casi prohibida en el cine, sino que también atravesamos ambientes muy diferenciados, que enriquecen la trama: el campo de día, las casas aisladas por la noche, el pueblo como un lugar de una falsa apariencia de seguridad, y hasta una escuela primaria. Es decir, la violencia de las imágenes cruza límites que sólo el gore se atreve a desafiar, pero con una estructura argumental y visual que el gore no tiene. La obscenidad de esa violencia se ve reforzada por el cuidado en la composición de la imagen, que la vuelve más insoportable.

2. Se da todo por sentado

A los vampiros hay que matarlos con una estaca en el corazón, a los zombies hay que cortarles la cabeza y a los embichados los tiene que matar una persona en particular, un iniciado, que tiene que hacerlo con unos instrumentos determinados y de una forma específica. Pero además, aparentemente, hay un protocolo que la municipalidad tiene que seguir cuando hay un embichado. Y esto nos hace pensar que se trata de algo conocido, porque no existen protocolos para cosas que no pasan con cierta regularidad. Pero no se explica cuál es el protocolo, ni desde cuándo está, ni por qué estas cosas «solamente pasan en las ciudades grandes». Por un lado, la película nos ahorra la explicación del origen, que hace el ritmo más fluido, y por otro lado suma lo más aterrador: que la posesión demoníaca es algo casi cotidiano y que también en esos casos los poderes terrenales son inoperantes por corrupción o por desidia. Entonces, esta película que podría ser únicamente un festival de sangre y pus, suma un mito que no termina de contarse, crea una necesidad de comprender y después no la satisface. Porque no importa si entendemos o no, las cosas van a salir mal igual.

3. Cuidado con el raro

El terror se ha encargado de incluir al diferente como fuente de peligro: el psicótico acuchillador, la transexual femicida, el tirano ciego y, por supuesto, las viejas siempre son malas, feas, peligrosas y las vamos a quemar. En este caso, hay un personaje con un trastorno del espectro autista pero no es en lo más mínimo peligroso hasta que se vuelve «normal». Dudo que el guionista haya pensado deliberadamente en cuestionar nuestras nociones de lo sano y lo enfermo, pero el efecto que produce es bastante contundente. El terror no está dado por un chico autista, el terror proviene de algo que altera la naturaleza de un sujeto a la fuerza y sin que medie la voluntad del sujeto. Si sos «normal» deja de importar cuando estás poseído por el Demonio. Por el contrario, el padre, que a nivel argumental ocupa el lugar del héroe y que parece completamente normal, tiene un pasado oculto que lo convierte en alguien bastante peligroso.

Entonces, ¿te recomiendo esta película? No. ¿Me alegro de haberla visto? Sí, me provocó interrogantes, me descolocó y me ubicó en posiciones muy incómodas como espectadora. Ahora vos, con esta información, hacé lo que quieras.

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