Qué ves cuando me ves

Hace apenas unas semanas se estrenó “Adolescencia”, la serie británica creada por Jack Thorne y Stephen Graham, que dirige Philip Barantini, y ya todo el mundo está hablando de ella. Al menos todo el mundo progre, después volveremos a eso. Sin intenciones de decir nada demasiado original, voy a tratar de hacer un comentario pensando en cómo está contada esta historia, que en solo cuatro capítulos, de una hora aproximadamente cada uno, logra un singular cross a la mandíbula, como pedía Arlt.

No será un comentario libre de spoilers, aclaro, aunque no es una serie en la que haya mucho que spoilear. Acaso ese es uno de sus primeros y más inquietantes efectos.

La serie, una mini-serie en realidad, por lo autoconlusiva y compacta, es británica. Y hay que decir que los británicos, cuando pueden, saben contar muy bien sus historias. Así rápido pienso en la serie Years and Years (Russell T Davies, 2019), el film Men (Alex Garland, 2022) y, por supuesto, la antología Black Mirror (Charlie Brooker, 2011-actual). No es casual que vengan al imaginario tres historias de género, y me refiero a genre, a género literario, ciencia ficción, fantástico. Pero por otro lado también son obras que abordan cuestiones de género, gender, más o menos tangencialmente. Pero también a eso volveré después. Adolescence, decía, es británica, tiene cuatro capítulos y es ¿un policial?, ¿un thriller?, ¿un drama? Cada capítulo juega con recursos genéricos diversos y en cada uno hay una lógica interna propia.

El caso es el de Jamie (Owen Cooper), un ¿niño, joven, adolescente, preadolescente, hombre? de trece años, acusado de asesinar de siete cuchillazos a una compañera de curso, Katie (Emilia Holliday). En los cuatro episodios el relato es lineal, el uso del plano secuencia (una sola toma, sin cortes) propone una lectura de tiempo hiperrealista y el tiempo avanza no solo en cada trama interna sino en el total, cada capítulo sucede al anterior. El primero y el tercero juegan con la lógica del encierro, todo lo que sucede lo hace prácticamente en un espacio cerrado del que los personajes no pueden salir. El segundo y el cuarto abren y multiplican la espacialidad y siguen a los personajes por distintos recorridos. Todo empieza y termina en el cuarto de Jamie; al principio cuando la policía cae a arrestarlo en plan grupo comando y él se hace pis encima del miedo en su cama, y al final cuando el padre (Stephen Graham) llora abrazado al osito de su hijo, en el mismo lugar.

Como toda “novedad”, y que encima en este caso es demostración de una destreza técnica espectacular, el recurso entusiasmó y uno de los focos de lectura de la serie se pone sobre el uso del plano secuencia. Alfred Hitchcock es quizá el ejemplo más célebre y magistral de uso de este recurso en su film Rope (1948). El desafío de contar de esta manera implica muchísimo ensayo y una coreografía de actores, actrices, cámara, luces, micrófonos, etc. demencial. Es cierto que Hitchcock hizo “trampa” y Rope tiene algunos cortes. Lo mismo seguramente sucede con nuestra serie, que al menos en el paso por la edición haya sufrido retoques y ajustes. Pero es cierto que, al menos por lo que sus creadores van revelando en entrevistas, cada capítulo de Adolescence fue filmado muchas veces, al menos hasta que apareciera la toma que satisficiera a la mayoría. Al parecer el capítulo uno usó la toma dos, mientras que el dos, la trece, el tres, la once y el último, la dieciséis. Esto es anécdota, pero lo que me pareció interesante y despertó mi curiosidad es la cantidad de cuestiones no planificadas que debieron haber quedado en cada capítulo. Por ejemplo, en el tercero, que creo que es el más brutal, al parecer el actor que encarna a Jamie equivocó u olvidó sus líneas y Erin Doherty, la psicóloga, le dio pie para retomar e improvisar. En ese sentido, es una serie para volver a ver. En otro, el resto de los sentidos diría, se trata de algo que no querríamos volver a ver, porque lo que muestra es tremendamente triste y desesperante. El plano secuencia, más allá de una elección estética, es una decisión narrativa: no podemos escapar de la linealidad del curso de los hechos, no hay forma de salir de la narración de lo que está ocurriendo, no podemos perdernos un minuto, un gesto, una palabra, un silencio, el efecto es el de no poder dejar de mirar como quien mira al abismo, con espanto y fascinación indecibles.

Había leído sobre la trama antes de mirarla y me pregunté varias veces si quería ver eso. Sabía que se trataba de una historia de desconocimiento: los padres que descubren, como una anagnórisis trágica, que no conocen a su hijo. El efecto que causa esta revelación es, de hecho, el de no querer ver. La elección del niño/hombre/adolescente, su aspecto, esa habitación con empapelado de planetas y estrellas distantes, su osito de peluche, producen un efecto incómodo y aterrador: igual que sus padres (y él mismo seguramente pero siento que en esa indagación no puedo entrar ahora) no creemos que él haya matado a su compañera. Imposible, no solo porque es un niño indefenso que hace pis del miedo cuando la policía irrumpe en su cuarto (con total brutalidad, en un ejercicio de la fuerza desmedido), sino porque repite durante todo el tiempo yo no fui, yo no lo hice. Es un error, una confusión, no puede ser. Pero al final del primer capítulo, al mismo tiempo que su padre, con su padre, vemos el video que lo muestra acuchillando a Katie. Es él, no hay dudas, tiene su cara, su ropa, y un cuchillo que no sabíamos que podía tener. Pero es él. Sin embargo, aunque vemos, y esto es relativo porque el video se nos oculta a lxs espectadores, en la reacción del padre confirmamos que el video es el registro del asesinato del chico, porque ya niño nos queda incómodo para nombrarlo, un niño no hace esas cosas. Pero Jamie, que como sugiere el título de la serie, ya es un adolescente, al parecer sí lo hizo.

La duda queda flotando los siguientes tres capítulos y es otro efecto narrativo, ya que aunque nos mostraron el video, o al menos al padre viendo el video, al padre, el último que querría o podría creer que su hijo hizo algo así, igual seguimos guardando cierta esperanza, quizá sí fue un error. Las consecuencias de la post-verdad adentro y fuera de la diégesis.

Como entusiasta de las series policiales como Mindhunter (Joe Penhall y David Fincher, 2017), The killing (Veena Sud, 2011-2014), Mare of Easttown (Brad Ingelsby, 2021) y una larga lista, me enganché especialmente con el primer capítulo de Adolescence por la trama criminal. Pero lejos de plantear un enigma que los detectives podrían revelar, la serie deja claro al final de su primer capítulo que no hay mucho que resolver. Lo que se presenta es un secreto; mientras que al enigma pueden hacérsele las preguntas correctas para que la verdad salga a la luz, al secreto no se le puede preguntar porque no sabemos qué es lo que no sabemos. ¿Por qué Jamie mató a Katie? es la pregunta que se arman y que intentan responder sin éxito los policías. ¿Cómo Jamie mató a Katie? es la que se hacen los padres pero no es una pregunta sobre la forma sino sobre la posibilidad, cómo es posible que el hijo que criaron de la mejor manera en que supieron y pudieron de pronto haya devenido femicida. La única que se acerca apenas a algo parecido a una respuesta es esta mujer joven, la psicóloga forense, que según sus palabras no quiere saber qué pasó sino qué entiende Jamie sobre lo que pasó, qué sabe Jamie. Porque el chico sabe algo que nosotrxs no, nosotrxs adultos del mundo adulto que seguimos fantaseando con que la distancia de rescate (Schweblin) es algo que existe en este mundo espantoso y que por estar en sus habitaciones lxs jóvenes podrían estar protegidos del afuera. Sería trillado decirlo pero también una falta no mencionar cómo lo siniestro toca cada una de las líneas de esta historia. Pero no es solo, y acá para mí está el éxito de la serie, porque lx hijx es un otrx, y sobre todo lx adolescente es un otrx radical (ya no ese niñx que sus mapadres fantaseaban que conocían) y porque lo familiar se vuelve extraño rápidamente, sino porque la violencia que está corriendo por debajo de los canales de la superficie social (también tremendamente violenta) es ya algo incontenible, imprevisible, desesperante: imparable.

David Bowie dijo en una entrevista en 1999: “Creo que el potencial de lo que Internet va a hacer a la sociedad, tanto bueno como malo es inimaginable. Creo que estamos realmente en la cúspide de algo estimulante y aterrador”. Así como en su momento la primera temporada de 13 reasons why (2017) mostraba cómo el mundo adolescente era inaccesible para lxs adultxs y lo difícil que era intervenir en esas lógicas que resultaban tan ajenas, creo que Adolescence pone sobre la mesa (en nuestra cara) no solo eso sino lo incognoscible de internet y las redes sociales, y, de la mano, el crecimiento inmanejable del resentimiento que han despertado los avances feministas de los últimos años. Todo un sector de la sociedad que ha quedado fuera de la fantasía progre, que quizá a su vez haya sido criado por adultos encerrados en mandatos de masculinidad tóxica y represión de las emociones, que se manifiesta como puede: odiando en Twitter, amenazando, votando a la ultraderecha, asesinando mujeres. Claro que la otra serie, también distribuida por Netflix, tenía un formato mucho más amigable y un código más melodramático que la hacía más fácil de ver (y que también hizo que el espíritu de la primera temporada se desvirtuara en las siguientes). Habrá que ver qué pasa con esta que no se deja mirar tan fácil (leí por ahí que andan diciendo que es “aburrida”) y que no intenta dar ningún final reparador; no hay solución al problema ni respuesta al secreto.

Qué hacemos con todo esto no tengo idea; ver, discutir y pensar ya es bastante. Quizá, por el momento, pensar en lo que dice la madre (Christine Tremarco) al final:

“Creo que sería bueno que aceptemos que quizá deberíamos haber hecho más. Creo que estaría bien que pensemos eso”.

Adolescencia (2025)

  • Creación y guion: Stephen Graham y Jack Thorne
  • Dirección: Phillip Barantini
  • Con: Owen Cooper, Stephen Graham, Ashley Walters, Christien Tremarco y otros.
  • Disponible en Netflix.

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