Lo que más me impresionó de La sombra de una duda no tiene que ver con el perfil de asesino ni con la caprichosa elección de las víctimas que suele mostrar Alfred Hitchcock. Lo que me atrapó extrañamente fue la incómoda hipótesis que se va construyendo en torno a la relación entre sus protagonistas, Charlie y Charlie, sobrina y tío. ¿Qué pretendía entonces el director? ¿Enseñarnos una vez más cómo un sociópata convive tranquilamente en el seno de la familia norteamericana? Yo creo que quiso ir mucho más allá.
Después de un largo tiempo, el tío Charlie regresa a Santa Rosa, una pequeña ciudad de California, a la casa de su hermana mayor. La familia lo celebra y aún más, su sobrina preferida, Charlie, una adolescente ingenua y ávida de encontrarse con la chispa de la vida. Las noticias sobre un asesino que mata viudas millonarias recorren los diarios y la radio, pero nada quiebra la armonía familiar.

Aquí no hay lugar para spoilear nada, porque desde el comienzo el director ofrece indicios muy claros sobre quién podría ser el autor de estos crímenes. Esta película no es un whodunit, donde la trama se va construyendo en torno a las dudas y las pistas que surgen; tampoco es un thriller, donde tememos por la vida de la víctima y presenciamos su derrotero trágico. Aquí, Hitchcock juega con los recursos típicos del suspenso para generar un clima de tensión sexual y ofrecer al espectador un ambiente incómodo entre tanta inocencia.
El tío Charlie es un seductor, hombre de mundos, y su hermana mayor lo adora hasta la tontera, encandilada con sus recuerdos infantiles. La familia vive en un pueblo donde los vecinos se conocen y no hay demasiadas emociones. El padre de la joven Charlie y su amigo, juegan a los detectives pero son tan cándidos que ni sospechan lo cerca que pueden estar de un asesino de verdad. Al igual que los personajes, el espectador también está protegido de lo sanguinario; todo parece quedar en la fantasía de lo que le pasa a otros.
En La sombra de una duda, el director pretende que poco a poco vayamos desenmascarando, junto con la protagonista y los investigadores, a este psicópata de pelo a la gomina y voz cautivante. ¿Qué le pasa con las viudas millonarias? Un velo de misoginia empieza a correrse y con él, la realidad cae frente a Charlie. Observamos la transición de la sobrina, su construcción como posible víctima o cómplice inesperada. Charlie pasa del ingenuo enamoramiento a la más descarnada decepción, la pérdida de virginidad sin ser penetrada.

Si viéramos la película sin volumen, el sentido de las imágenes nos conduciría hacia otro lugar. El contacto físico entre ellos, los planos cerrados sobre sus perfiles enfrentados, la gacela y el lobo. Lo que prima aquí no es tanto el argumento, sino la interpelación al espectador sobre una relación sugerentemente incestuosa. No importa que haya ciertas situaciones forzadas en el guión para empujar el ritmo de la historia, porque la rapidez de los hechos no permite cuestionarlas, simplemente funciona.
Bajo esta insoslayable mirada, la película se vuelve provocativa para el público de 1943. En sus conversaciones con Truffaut, Hitchcock explica que el asesino plantea un juicio moral, donde no todos los malos son negros ni todos los blancos son héroes. Hoy, continúa vigente esa inquietud que plantea: los asesinatos son el macguffin de un relato que expone la volatilidad del gran sueño americano.

La sombra de una duda (Shadow of a doubt, 1943)
- Guión: Thornton Wilder, Alma Reville, Sally Benson
- Dirección: Alfred Hitchcock
- Fotografía: Joseph A. Valentine
- Música: Dimitri Tiomkin
- Con: Joseph Cotten, Teresa Wright, Macdonald Carey, Henry Travers, Patricia Collinge y otros.
- Disponible en MAX.


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