Una familia se refresca a orillas de un río. Los niños juegan, los adultos descansan, disfrutan el entorno. Sin embargo, esta postal cotidiana es engañosa. Poco a poco, el espectador va perdiendo la inocencia y se resignifica como un observador minucioso de un experimento de laboratorio. Un estudio a la intimidad de ese otro desconocido, pero a sabiendas monstruoso. ¿Cómo vive el que hace el mal?
La película La zona de interés nos mete dentro de la casa de Rudolf Höss y su familia. Höss dirigió el campo de concentración de Auschwitz durante casi cuatro años, tras una larga y ascendente carrera en las filas del partido nacional-socialista. Era un eficiente y destacado jefe, y su obediencia a la ideología nazi hizo crecer este centro del horror para transformarlo en un campo de exterminio, donde más de tres millones de personas fueron asesinadas. Con ese tesón lo vemos a él, ordenando las obras de las nuevas cámaras de gas, comprometido con su tarea. La familia habita, con total normalidad, un caserón en la llamada “zona de interés”, un área restringida de unos 40 kms., lindera a los campos de exterminio y los crematorios.
Hedwig, la esposa, madre aria con cinco hijos, cumple su rol con corrección. Es una rigurosa jefa de hogar que cuida con creces la casa que siempre quiso tener. Está orgullosa del enorme jardín colorido al que le pone toda su dedicación y esmero; hasta presume la pileta que los refresca en las tardes de verano. Pero al avanzar el relato, se puede entrever su falta de humanidad; es grosera y hosca. Las conversaciones con otras mujeres alemanas revelan la miserabilidad y la carroñería detrás de su idea de seres superiores. Asimismo, el matrimonio no se cuestiona absolutamente nada, porque ellos están haciendo las cosas como tienen que ser: respetando la autoridad del Führer, poblando el Este, criando hijos fuertes, sanos y felices. “Vivimos como siempre soñamos”, le dice a Höss ante un inminente traslado.

Él presenta el perfil complejo de los hombres monstruo. Padres de familia atentos, presentes, podría decirse cariñosos, pero que en su trabajo pueden ser la mente o el brazo ejecutor que comanda las peores atrocidades. Este tipo de perfil es muy conocido en nuestra historia reciente, entre hijos e hijas que fueron apropiados por funcionarios de la dictadura. Höss parece muy apegado a su familia, a su caballo; no quiere irse. La profundidad de los personajes reside en esta dualidad demoníaca. Y sus hijos siguen esa línea, pero hasta ahí. El más grande, ya miembro de las juventudes nazis, estudia morbosamente los dientes de oro que tiene escondidos. Pero los más chicos son los que sienten el fantasma de la muerte: la nena no puede dormir y deambula; el chiquito se refugia en lo lúdico para que su imaginación lo saque de esa realidad espantosa.
El relato recortado nos atrapa fuerte pero sin una mirada empática, nunca. Es extraño sumergirse en una historia donde como espectadores no podamos lograr ningún tipo de identificación. Lo bucólico de la puesta en escena, el exceso de texturas visuales, no llegan a conquistarnos porque nunca podemos dejar de pensar en lo que hay del otro lado del paredón. La presencia constante de gritos, disparos u otros sonidos son como análogos al canto de los pájaros: es la naturalización del horror.
En ese sentido, el fuera campo es un escenario paralelo presente todo el tiempo y opera como una segunda puesta en escena. El contraste entre lo que vemos y lo que sucede del otro lado no deja de interpelarnos como seres humanos. Y esto es lo que marca la diferencia constantemente. Ese horror ya conocido, ya visto, en la película sólo se infiere y se construye a través del sonido. Entonces, esta naturalización que menciono más arriba tiene diversos matices. La de los adultos patrones que conviven con eso sin ningún remordimiento; la de los sirvientes, dominados por el miedo porque por suerte ellos están ahí y no del otro lado; y la de los niños, que es variable.

A pesar de tanto horror, hay un atisbo de compasión, desarrollada como una subtrama en negativo, siempre en el exterior. Es lo que sucede mientras la muerte ronda. Una nena que coloca furtivamente manzanas en el campo donde trabajan los prisioneros. Una vecina que cierra la ventana porque el olor de los crematorios invade la casa, y al descolgar la ropa los fuertes vientos le arrastran las cenizas sobre sí. Este recurso funciona como un símbolo de la vida tratando de mantenerse. La esencia humana, la empatía, la ayuda, sucede en el reverso de la trama: es casi como un cuento.

La zona de interés (The zone of interest, 2023)
- Guión y dirección: Jonathan Glazer, basado en la novela de Martin Amis
- Fotografía: Lukasz Zal
- Música: Mica Levi
- Con: Sandra Hüller, Christian Friedel, Ralph Herforth, Max Beck y otros.
- Disponible en PRIME VIDEO.


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